viernes, 20 de diciembre de 2024

Cuento: NÍA Y SU DEDICACIÓN

 




NÍA Y SU DEDICACIÓN 


Cuento sobre: La Autodisciplina. 

En lo profundo de un bosque encantador, vivía una joven liebre llamada Nía. Era conocida por su gran velocidad y energía, pero también por su impaciencia. Cada año, se celebraba una carrera especial llamada "El Gran Desafío", donde los animales más rápidos del bosque competían para demostrar su habilidad. Nía siempre había querido ganar esta carrera, pero nunca lograba terminarla. Se distraía fácilmente con los aromas de las flores, los cantos de los pájaros o simplemente perdía interés a mitad de camino, dejándose llevar por la belleza del bosque que la rodeaba. Un día, un búho anciano llamado Oren, sabio y consejero del bosque, se acercó a Nía y le dijo: —Nía, no es solo la velocidad lo que te ayudará a ganar el Gran Desafío, sino la autodisciplina. Debes aprender a controlar tus impulsos y mantener el enfoque en tu meta, incluso cuando sea difícil. 101 Nía, aunque algo insegura, decidió seguir el consejo de Oren. Al prepararse para la próxima carrera, comenzó a practicar cada día en el sendero más largo del bosque. Al principio, le costaba mucho mantenerse concentrada. A menudo se detenía a observar los insectos, a descansar bajo la sombra de los árboles o a conversar con los animales que encontraba en su camino. Con el tiempo, comenzó a entender lo que Oren quería decir. Cuando sentía ganas de detenerse, recordaba su compromiso: ganar la Gran Competencia. Día tras día, Nía practicaba con más entusiasmo. Cada vez que se sentía cansada y quería rendirse, se recordaba a sí misma que alcanzar su deseo requería esfuerzo y constancia. En sus entrenamientos, no solo corría; también empezó a meditar para calmar su mente y visualizar su victoria. Así, fue fortaleciendo su autodisciplina, resistiéndose a las distracciones y enfocándose en mejorar su resistencia y concentración. Mientras practicaba, Nía comenzó a notar cómo otros animales del bosque se detenían 102 para observarla. Un grupo de jóvenes ardillas, fascinadas por su esfuerzo, le preguntaron: —¿Cómo logras correr tan rápido? —Solo sonríe y no dejes que nada te detenga. Eso es lo que yo estoy aprendiendo —respondió Nía, sintiendo que su compromiso también inspiraba a otros. Conforme pasaban las semanas, Nía no solo fortaleció su cuerpo, sino también su mente. Aprendió a escuchar su respiración, a concentrarse en el sonido de sus patas golpeando el suelo y a mantener sus pensamientos enfocados en lo que estaba haciendo. Ya no se dejaba llevar por los impulsos de detenerse o distraerse con las maravillas del bosque. Entendió que cada paso, por más pequeño que fuera, la acercaba a su objetivo. Un día, mientras corría por el sendero, sintió un cansancio abrumador. Las mariposas volaban alrededor y las flores parecían más hermosas que nunca. Por un instante, sus viejas costumbres la tentaron, pero en ese 103 momento recordó las palabras de Oren. Cerró los ojos rápidamente, respiró profundo y se dijo a sí misma: —No me detendré. Mi meta está más allá de estas distracciones. Con esa nueva determinación, Nía aceleró el paso, sintiendo cómo cada tejido de su ser se alineaba con su propósito. Finalmente, el día de la Gran Carrera llegó. Nía se alineó con los otros competidores, ansiosa pero confiada. Cuando sonó el pito para el inicio, salió disparada como de costumbre, pero esta vez, algo era diferente. A lo largo del recorrido, aunque las distracciones seguían ahí, Nía mantuvo su mente fija en la meta. No se detuvo ni una sola vez, concentrándose únicamente en cada paso, en su respiración y en llegar a la meta. Así fue como, por primera vez, Nía cruzó la línea de la meta. No solo había completado la carrera, sino que también la había ganado. Los animales del bosque la aplaudieron, y el anciano Oren la miró con orgullo. 104 —Lo lograste, Nía —le dijo—. La verdadera victoria no está solo en la velocidad, sino en dominar tus propios impulsos. Has aprendido la lección más valiosa: la autodisciplina. Desde ese día, Nía comprendió que, para alcanzar cualquier objetivo en la vida, no bastaba con tener talento o energía. La clave estaba en la autodisciplina, en la capacidad de controlar sus deseos inmediatos para lograr sus metas a largo plazo. Con el tiempo, Nía se convirtió en un ejemplo para otros en el bosque, enseñándoles que, con planeamiento y determinación, cualquier sueño se puede alcanzar. Los jóvenes animales del bosque empezaron a acercarse a Nía para pedirle consejos sobre cómo mejorar en sus propias metas, y ella siempre les decía lo mismo: —No se trata solo de correr rápido o ser el mejor en algo. Lo más importante es tener disciplina, saber cuándo resistirse a las distracciones y nunca perder de vista la meta. 105 A medida que el tiempo pasaba, Nía se dio cuenta de que la autodisciplina no solo le había permitido ganar una carrera, sino que también la había transformado en una liebre más fuerte, más consciente de sí misma y más capaz de afrontar cualquier desafío que se le presentara.

Moraleja: La autodisciplina es el camino al éxito. Aprendiendo a controlar nuestros impulsos, podemos superar cualquier obstáculo y alcanzar nuestros sueños.




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