EL ROBLE Y LA ESPIGA DE TRIGO
Cuento sobre: La Humildad.
En un prado al borde de un bosque antiguo,
se alzaba un majestuoso roble. Era el árbol más
imponente de toda la región, con un tronco
grueso que parecía invulnerable y unas raíces
tan profundas que casi tocaban el corazón de la
tierra. Sus ramas se extendían como brazos
hacia el cielo, y sus hojas crujían con cada
suave brisa, llenando el aire de un sonido que
imponía respeto. El roble se erguía con tal
fuerza que era imposible no admirarlo, y
muchos animales del bosque solían reunirse a
su sombra para refugiarse del sol abrasador o
de las lluvias inesperadas.
A su lado, en el mismo prado, crecía una
humilde espiga de trigo. Adiferencia del roble, la
espiga era delgada y flexible, y su pequeño tallo
apenas se distinguía entre la hierba que la
rodeaba. Sin embargo, la espiga de trigo no se
sentía inferior. Sabía que, aunque su presencia
115
pasaba desapercibida ante los ojos de muchos,
también tenía un propósito. Desde su posición,
admiraba al roble, observando con humildad
cómo se mantenía y orgulloso, resistiendo
todo lo que la naturaleza le lanzaba.
El roble, consciente de su grandeza, solía
mirar con desprecio a la espiga. Su arrogancia
era evidente, y no perdía oportunidad de
destacar lo que él consideraba las diferencias
entre ellos.
—¡Mírate! —decía con su profunda y
resonante voz—. Eres tan débil que el más
ligero viento te dobla y te mece a su antojo. En
cambio, yo me mantengo firme y erguido, sin
importar cuán fuerte soplen los vientos. Si
fueras como yo, aprenderías lo que es la
verdadera fortaleza.
La espiga de trigo, siempre paciente y
humilde, escuchaba las palabras del roble sin
molestarse.
—Es cierto, señor roble —respondía
suavemente—, soy pequeño y frágil a tus ojos.
Pero cada ser en este mundo tiene sus propias
116
virtudes, y creo que, aunque no lo parezca, ser
flexible también tiene sus ventajas. El tiempo y
las circunstancias nos enseñan a todos, de una
u otra manera.
Los días pasaban, y aunque el roble
continuaba menospreciando a la espiga, ella no
se alteraba. Sabía que cada ser en el prado,
grande o pequeño, tenía un papel que cumplir.
El roble, por su parte, se sentía cada vez más
convencido de su firmeza. Su sombra cubría
vastas áreas del prado, y los animales seguían
confiando en él como un refugio seguro.
Una tarde, el cielo comenzó a oscurecer de
manera tormentosa. Las nubes, negras y
espesas, se acumularon sobre el horizonte,
anunciando una tormenta feroz que se
aproximaba. El aire se volvió denso, y los
animales, presintiendo lo que se avecinaba,
corrieron a resguardarse. La tormenta que se
acercaba no era una tormenta común; se
trataba de una de esas que hacen temblar hasta
el suelo más firme, una fuerza de la naturaleza
que podría arrasar con todo a su paso.
117
El viento comenzó a soplar con una furia
desmedida. Los primeros ventarrones
arrancaron ramas pequeñas de los árboles más
jóvenes, mientras el cielo se iluminaba con
relámpagos que zigzagueaban a lo lejos. El
roble, seguro de su poder, plantó sus raíces aún
más profundamente en la tierra y se preparó
para resistir lo que viniera. Mientras tanto, la
espiga de trigo, consciente de su fragilidad, se
inclinó con suavidad ante el viento, dejando que
su delgado tallo se meciera al ritmo de la
tormenta.
La tormenta atacó con una fuer za
devastadora. Los vientos aullaban y azotaban
todo a su paso. El roble, aunque poderoso,
comenzó a sentir la presión del viento en sus
ramas y tronco. Se aferró con todas sus fuerzas
a la tierra, resistiendo cada agresión con
firmeza. Pero, a medida que los vientos
aumentaban su intensidad, el roble, que
siempre había confiado en su fuerza, empezó a
ceder. Sus raíces, a pesar de ser profundas, no
podían soportar la implacable furia de la
tormenta.
118
De repente, con un estruendo ensordecedor,
el roble, el gigante del prado, fue arrancado de
raíz y cayó con todo su peso al suelo. El sonido
de su caída resonó por todo el valle, y los
animales que lo admiraban quedaron en shock
al ver al gigante derrotado por la tormenta.
Mientras tanto, la espiga de trigo, que había
pasado la tormenta doblándose y fluyendo con
el viento, permanecía en pie. Aunque había sido
sacudida, no había sido rota.
Cuando la tormenta terminó y el viento se
calmó, la espiga de trigo se enderezó
lentamente, como si saludara al sol que volvía a
aparecer entre las nubes. Miró al roble caído, y
aunque sabía que el árbol la había despreciado
muchas veces, sintió una profunda tristeza por
su destino. El roble, que siempre había sido tan
fuerte, estaba ahora en el suelo, incapaz de
levantarse.
El roble, sorprendido por lo ocurrido, miró a la
espiga y, con voz suave y l lena de
arrepentimiento, le habló.
—Lo que antes despreciaba en ti, ahora lo
119
entiendo. No siempre es la fortaleza lo que nos
sostiene, sino la capacidad de adaptarnos y
aprender de las circunstancias. He sido
arrogante al pensar que lo sabía todo, y ahora
veo que incluso el más fuerte tiene límites.
La espiga de trigo, sin nada de arrogancia,
respondió con su tono habitual de humildad.
—No te preocupes, amigo roble. Todos
tenemos algo que aprender en esta vida. No es
malo ser fuerte, pero la verdadera sabiduría
radica en saber cuándo ser flexible. A veces,
inclinarse ante las adversidades es lo que nos
permite seguir adelante.
Apartir de ese día, el roble y la espiga de trigo
se convirtieron en un símbolo de humildad para
todos los habitantes del bosque y del prado. Los
animales comprendieron que no importaba
cuán grande o poderoso podamos ser, de todas
maneras, siempre había lecciones que
aprender. Y a veces, la verdadera fortaleza se
encontraba en la sencillez y la capacidad de
adaptarse a las condiciones.
120
El roble, aunque caído, permaneció en el
prado como un recordatorio de que la humildad
es una virtud esencial, y la espiga de trigo, cada
día más apreciada, siguió creciendo, mostrando
que la flexibilidad y la humildad podían ser tan
poderosas como la fuerza.
Moraleja: La humildad nos permite reconocer
que, aunque tengamos fortalezas, siempre
podemos aprender de los demás. Aceptar
nuestras limitaciones y estar abiertos a nuevas
lecciones nos hace más sabios y fuertes en el
camino de la vida.